Explosión de ira contra Netanyahu en Israel: «la sangre de los rehenes está en sus manos»

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La recuperación de los cadáveres de seis rehenes, retenidos por Hamás en Gaza, por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) durante el fin de semana ha provocado una explosión de ira, dirigida contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Cientos de miles de personas salieron a las calles el domingo 1 de septiembre en manifestaciones masivas en todo Israel. El país quedó paralizado por una huelga general convocada por la Histadrut (Organización General de Trabajadores de Israel) la mañana del lunes 2 de septiembre. Los manifestantes culparon a Netanyahu por la muerte de los rehenes, dado su flagrante y constante sabotaje de las negociaciones con Hamás. Se trata de una crisis política muy grave, que podría desembocar en la destitución del primer ministro israelí.

El sábado 31 de agosto, las FDI encontraron los cadáveres de seis rehenes (Hersh Goldberg-Polin, Eden Yerushalmi, Ori Danino, Alex Lobanov, Carmel Gat y Almog Sarusi), que habían sido secuestrados durante el ataque sorpresa del 7 de octubre de 2023, y retenidos por Hamás, en un túnel de Rafah.

Se ha determinado que todos ellos estaban vivos entre 48 y 72 horas antes. Fuentes israelíes afirman que todos recibieron varios disparos a corta distancia, lo que indicaría que fueron ejecutados cuando las fuerzas de las FDI se acercaban a su ubicación. Se especula con la posibilidad de que el rescate de otro rehén, Farhan al-Qadi, por parte de las FDI la semana pasada haya conducido a las fuerzas de seguridad israelíes hasta la ubicación de estos otros seis rehenes.

El alto cargo de Hamás y principal negociador, Khalil al-Hayya, ha negado las afirmaciones israelíes de que los rehenes hubieran sido ejecutados, afirmando que «algunos de estos prisioneros fueron asesinados directamente por las fuerzas israelíes, ya fuera mediante ataques aéreos o fuego vivo».

En una declaración a Al Jazeera, refiriéndose al estancamiento de las negociaciones, el funcionario explicó que: «La respuesta de Netanyahu a nuestra aceptación del documento presentado por Biden fue evasiva, seguida de la imposición de varias condiciones nuevas. Netanyahu insistió en permanecer en los [corredores de] Philadelphi y Netzarim y se negó a liberar a nuestros presos ancianos condenados a cadena perpetua. No nos interesa negociar las nuevas condiciones de Netanyahu. El movimiento decide no transigir con la propuesta del 2 de julio».

Netanyahu tiene la culpa

Para las familias de los rehenes y gran parte de la opinión pública israelí, los detalles exactos de sus muertes no son lo que importa. Sus familiares estaban vivos hace sólo unos días y ahora están muertos. Consideran a Netanyahu responsable de estas muertes por sus constantes cambios de condiciones en las negociaciones con Hamás, que creen firmemente que se realizan con el único objetivo de que él pueda mantenerse en el poder. Esto es lo que ha provocado una oleada de ira sin precedentes contra el primer ministro.

De hecho, en Israel, todo el mundo sabía que las temerarias acciones de Netanyahu podían llevar a la ejecución de los rehenes. Los expertos militares y de seguridad se lo habían dicho en repetidas ocasiones, y en una reunión del gabinete de seguridad celebrada el pasado jueves 29 de agosto se le hizo una nueva advertencia. Netanyahu acudió a la reunión del gabinete con otra «propuesta» para modificar las condiciones de las negociaciones sobre los rehenes, como ha venido haciendo durante meses. Esta vez, se trataba de la exigencia de que las FDI mantuvieran el control del Corredor Filadelfia, la estrecha franja de tierra entre la Franja de Gaza y la frontera egipcia, durante el alto el fuego para el intercambio de rehenes.

Según los medios de comunicación, esto provocó una discusión a gritos con el ministro de Defensa, Yoav Gallant, del mismo partido de Netanyahu, Likud. Gallant refutó la afirmación de Netanyahu de que los mapas que mostraban el control de las FDI sobre el Corredor Filadelfia habían sido acordados por el ejército y EE.UU., y le acusó de presionar al ejército para que lo aceptara. 

Axios informa de que, en ese momento: «Netanyahu se enfadó, golpeó la mesa con la mano, acusó a Gallant de mentir y anunció que iba a someter los mapas a votación del gabinete en el acto».

Merece la pena citar la respuesta de Gallant:

«Como primer ministro, usted está autorizado a someter a votación cualquier decisión que desee, incluida la ejecución de los rehenes» (el énfasis es nuestro).

Según el mismo informe de Axios, el ministro de Defensa dijo al gabinete que aprobar la resolución daría al líder de Hamás, Yahya Sinwar, más influencia en las negociaciones: 

«Tenemos que elegir entre Filadelfia y los rehenes. No podemos tener las dos cosas. Si votamos, puede que nos encontremos con que o los rehenes mueren o tendremos que dar marcha atrás para liberarlos» (el énfasis es nuestro).


Es importante subrayar que el ministro de Defensa Gallant no es un defensor de los derechos palestinos ni amante de la paz. Todo lo contrario. La forma en que argumentó en la reunión del gabinete fue en términos de defensa de los intereses de la seguridad nacional israelí.

Según Axios, Gallant dijo que un acuerdo «disminuiría las tensiones regionales con Irán y Hezbolá», lo que permitiría a las FDI «reagruparse, rearmarse, replantear su estrategia y cambiar su enfoque de Gaza a otras amenazas regionales». Si no se firmara un acuerdo, eso dejaría «a las FDI empantanadas en Gaza al tiempo que exacerbaría las tensiones en todo Oriente Medio, lo que podría desembocar en una guerra regional mientras el foco de las FDI está en otra parte».

Es importante señalar que Gallant fue claro al atribuir toda la responsabilidad de llegar o no un acuerdo a la parte israelí. Esta es en efecto la situación real. Hamás ha insistido, y vuelve a repetir, que ya aceptó un acuerdo de intercambio de rehenes el 2 de julio. Ese acuerdo había sido propuesto por Estados Unidos y aceptado por Israel. Pero una vez que Hamás declaró su acuerdo, Netanyahu procedió a cambiar su posición y añadir una serie de otras demandas y condiciones destinadas a echar por tierra la firma del acuerdo.

Ira en las calles

No es de extrañar entonces que, nada más conocerse la noticia del hallazgo de seis rehenes muertos, los familiares de los rehenes estallaran de rabia contra Netanyahu y convocaran protestas masivas. El Foro de Familiares de Rehenes declaró:

«Si no fuera por los retrasos, el sabotaje y las excusas, aquellos cuyas muertes hemos conocido esta mañana probablemente seguirían vivos. Netanyahu abandonó a los rehenes. Esto ya es un hecho. A partir de mañana el país temblará. Pedimos al público que se prepare. Detendremos el país. El abandono ha terminado».

Las protestas contra Netanyahu el domingo fueron masivas, con cientos de miles de personas en las calles, quizá hasta 300.000 en Tel Aviv y otras 200.000 en el resto del país. Las fuerzas de seguridad utilizaron gases lacrimógenos y granadas de concusión para desalojar a los manifestantes de las principales autopistas.

La protesta en Tel Aviv comenzó con una marcha hacia el cuartel general de las FDI, en la que los participantes portaban seis ataúdes simbólicos, para los cuerpos de cada uno de los seis rehenes recuperados el sábado por la noche. Los manifestantes, que portaban banderas israelíes, gritaban: «¡Ya, ya!», exigiendo un acuerdo inmediato sobre los rehenes, y «¡Los queremos de vuelta vivos!».

Familiares de los rehenes se dirigieron a la multitud. «Si no hubieras saboteado el acuerdo una y otra vez, 26 rehenes que fueron asesinados en cautividad estarían hoy aquí con nosotros, vivos. Seis de ellos sobrevivieron hasta la semana pasada en un infierno al que la mayoría de vosotros, MK [diputados], no habríais sobrevivido ni un día», dijo uno de ellos, dirigiéndose directamente a Netanyahu.

Einav Zangauker, la madre de uno de los rehenes, acusó al primer ministro de jugar a la ruleta rusa con las vidas de los rehenes «hasta que estén todos muertos»; diciendo que los seis rehenes murieron «en el altar del giro de Filadelfia». Terminó su discurso con una llamada a la acción: «Este es el momento de actuar. De sacudir a la nación hasta que haya un acuerdo. Salid a la calle, pueblo de Israel. Salid a la calle». En Jerusalén, miles de personas protestaron ante la oficina del Primer Ministro en un intento de interrumpir una reunión de emergencia del gabinete de seguridad.

Fue en este ambiente tan cargado cuando el Secretario General de Histadrut, Bar-David, anunció que el sindicato israelí convocaba una huelga general para el lunes, jurando: «todo el país se paralizará mañana». El Sindicato Médico también declaró su apoyo a la huelga. A los llamamientos a la protesta y a la huelga general se sumaron también los políticos laboristas de la oposición y los líderes de la oposición burguesa Benny Ganz y Yair Lapid.

El ministro de extrema derecha del gobierno, Bezalel Smotrich, recurrió a los tribunales para pedir una orden judicial que detuviera la huelga, argumentando que no se había convocado por la negociación colectiva o las reivindicaciones económicas de los trabajadores, sino que se trataba de una «huelga política» destinada a influir en las decisiones del gobierno sobre «cuestiones cruciales de seguridad nacional». No se equivocaba.

Se trata de una huelga muy peculiar. Es un llamamiento a los trabajadores para que utilicen su fuerza industrial para lograr objetivos políticos, en este caso, conseguir un acuerdo sobre los rehenes. Estos objetivos también son apoyados, por sus propias razones, por una gran parte de la clase dominante. De hecho, tanto el Foro Empresarial como la Asociación de Fabricantes, que representan a los capitalistas, en particular a los del sector crucial de la alta tecnología, apoyaron públicamente la huelga.

Según Al Jazeera

«La Asociación de Fabricantes de Israel dijo que apoyaba la huelga y acusó al gobierno de incumplir su “deber moral” de devolver con vida a los cautivos. “Sin el regreso de los rehenes, no podremos poner fin a la guerra, no podremos rehabilitarnos como sociedad y no podremos empezar a rehabilitar la economía israelí”, dijo el jefe de la asociación, Ron Tomer».

Lo que tenemos aquí es la misma alianza entre clases que está detrás de las protestas contra Netanyahu por la reforma judicial a principios de 2023. Observamos la combinación de un movimiento de masas desde abajo, dirigido por los familiares de los rehenes, con una crisis masiva de la clase dirigente y el aparato estatal desde arriba. Las acciones de Netanyahu están motivadas principalmente por su deseo de aferrarse al poder y evitar una acción judicial contra sí mismo. En la consecución de este objetivo, está bastante dispuesto a hundir a toda la región en una guerra sangrienta, en la que quiere arrastrar a Estados Unidos.

Divisiones en la clase dirigente

En sus insensibles cálculos, las vidas de los rehenes no son más que calderilla que puede utilizarse para obtener ventajas políticas. Sus cínicas maniobras le han alienado de su propio electorado, de amplios sectores de la clase dirigente israelí e incluso de muchos miembros de su propio gabinete, como demostró el enfrentamiento con Gallant.

Un artículo del periódico liberal sionista Haaretz cita a un alto miembro del gabinete de Netanyahu que le culpa de la muerte de los rehenes:

«Sabía que los rehenes vivían del tiempo prestado, que la arena de su reloj se estaba acabando. Sabía que había órdenes de matarlos si había intentos de rescate. Comprendió el significado de sus órdenes y actuó a sangre fría y con crueldad. Todos sabían que es un corrupto, un narcisista, un cobarde, pero su falta de humanidad se reveló plenamente en toda su fealdad en los últimos meses. La sangre está en sus manos, sin absolver a Hamás de ninguna responsabilidad». (Énfasis nuestro).

El liberal sionista Haaretz termina el artículo con un llamamiento a echar a Bibi del poder: «Si alguien tenía dudas hasta ahora, el asesinato de los rehenes no debe dejar lugar a dudas. El desastre debe ser un punto de inflexión en el esfuerzo a la magnitud de Sísifo para enviar a casa a la peligrosa y radical banda que se ha hecho con el control de Israel».

Una parte importante de la clase dirigente y del aparato del Estado quiere deshacerse de Netanyahu, no porque les importe el destino de los rehenes, y menos aún porque estén en desacuerdo con la masacre de los palestinos, que ya se ha cobrado más de 40.000 víctimas. No. Se oponen a Netanyahu porque lo consideran un peligro para los intereses de la clase capitalista y para la existencia misma del Estado sionista. 

Al llamar a la huelga general, el secretario del Histadrut, Bar-David, lo expresó de esta manera: «ya no somos un solo pueblo; somos campo contra campo. Tenemos que recuperar el Estado de Israel». En esto, demostró ser un leal servidor de los intereses de la clase dominante sionista.

La idea de que los trabajadores y los capitalistas están todos unidos en defensa de Israel «contra el enemigo extranjero» es lo que ha permitido a la clase dominante de Israel disimular las verdaderas divisiones de clase del país y crear un sentimiento de cohesión nacional sionista para mantenerse en el poder.

En opinión de Bar-David y de importantes sectores del gran capital israelí, así como de representantes políticos burgueses, Netanyahu está destruyendo la legitimidad del Estado de Israel, y por eso es peligroso. Esto ha provocado una crisis política sin precedentes, que llega hasta la cúpula del Estado israelí. Queda por ver si están dispuestos a derrocarlo.

Si hay algo que los capitalistas israelíes temen más que a Netanyahu es la posibilidad de una acción independiente por parte de la clase obrera. En eso también están unidos a los dirigentes de la Histadrut. La huelga general del 2 de septiembre, que se había anunciado como una huelga de 24 horas que terminaría a las 6 de la mañana del martes 3 de septiembre, fue sido acortada por los dirigentes sindicales para terminar a las 6 de la tarde. Un tribunal laboral dictaminó que debía terminar a las 14.30 horas, y los dirigentes de la Histadrut aceptaron obedecer la orden judicial.

Según el Jerusalem Post, «el jefe de la Histadrut, Arnon Bar David, declaró tras la decisión: “respetamos la ley”». Un representante de la Histadrut declaró a Radio 103FM: «Somos gente de la ley. Si el tribunal ordena parar la huelga, lo haremos». Como vemos, estos supuestos dirigentes sindicales no están dispuestos a enfrentarse al Estado sionista.

En todo esto, por supuesto, la posición de Estados Unidos desempeña un papel fundamental. Las políticas de Netanyahu, su ataque brutal, indiscriminado y genocida contra Gaza, y sus constantes provocaciones en el Líbano e Irán destinadas a extender el conflicto y arrastrar al mismo al imperialismo estadounidense, no están necesariamente en sintonía con los objetivos del imperialismo estadounidense en la región porque amenazan con la desestabilización revolucionaria de otros regímenes en los que EEUU quiere apoyarse: las monarquías reaccionarias del Golfo y Jordania, Turquía y Egipto.

Sin embargo, como hemos visto desde el principio, el imperialismo estadounidense no está dispuesto a desafiar seriamente a Netanyahu. Si Biden y el imperialismo estadounidense hubieran querido realmente frenarlo, podrían haberlo hecho de manera muy sencilla: cortando la ayuda militar y financiera. Pero no lo hicieron. Hubo advertencias. Biden regañó a Bibi, en privado y en público. Pero nunca cumplió con sus leves y veladas amenazas. El imperialismo estadounidense es plenamente responsable y cómplice de la masacre de los palestinos de Gaza.

Al mismo tiempo, Biden y los demócratas están sometidos a una gran presión por parte de sectores de su propio electorado, que simpatizan con la difícil situación de los palestinos. Kamala Harris ya se ha posicionado claramente del lado de Israel. Ahí no hay cambios. Los demócratas son uno de los dos partidos de la clase dominante imperialista estadounidense y, como tales, están comprometidos a defender a Israel como uno de sus aliados clave en una región crucial para sus intereses. Dicho esto, asegurar algún tipo de acuerdo sobre los rehenes sería de gran interés electoral para ellos, a semanas de las elecciones presidenciales de noviembre.

¿Qué dice ahora Biden? Ante el constante sabotaje de Netanyahu a las negociaciones, ha declarado que Estados Unidos pondrá sobre la mesa una oferta de «lo tomas o lo dejas». Biden dice que entonces dependerá tanto de Israel como de Hamás aceptarla o Estados Unidos abandonará las negociaciones.

Esto no significa nada. Ya hubo un «acuerdo final» en julio, también negociado por Estados Unidos sobre la base de una propuesta que Israel había aceptado. Cuando Hamás anunció que lo aceptaba, Netanyahu añadió inmediatamente otras demandas para echar por tierra el acuerdo. ¡Luego decidió matar al líder y principal negociador de Hamás!

Los hechos son claros. Hamás estaba dispuesta a firmar un acuerdo. Es Netanyahu quien ha saboteado sistemáticamente todos los intentos de acuerdo.

Provocaciones en Cisjordania

Mientras tanto, mientras continúa la carnicería en Gaza, se intensifican las provocaciones de los colonos de extrema derecha en Cisjordania (bajo la protección del ejército, las fuerzas de seguridad y el gabinete israelíes), así como las incursiones israelíes.

La ciudad de Yenín lleva cinco días bajo ocupación militar israelí. Según el ayuntamiento de Yenín, el ejército israelí ha destruido el 70% de las calles de la ciudad y 20 km de sus redes de agua y alcantarillado desde que lanzó sus incursiones el miércoles 28 de agosto. Decenas de miles de personas se han quedado sin agua, luz ni alimentos, y las fuerzas de ocupación les han impedido acceder a la ayuda humanitaria.

Las potencias imperialistas occidentales, a las que les gusta hablar de un “orden basado en reglas”, miran cínicamente hacia otro lado. O, para ser más precisos, aplicando su repugnante doble rasero, respaldan plenamente la masacre de los palestinos. Israel, nos dicen, tiene derecho a defenderse, pero este derecho no se extiende a los palestinos, por supuesto. Se envían miles de millones en armas y ayuda a Israel, mientras se masacra a los palestinos. Y si, por casualidad, un tribunal internacional se atreve a cuestionar esto, se ejerce una enorme presión para obligarle a guardar silencio. Se demoniza a los manifestantes propalestinos, se dispersan brutalmente las acampadas de solidaridad y se acosa a los defensores de los palestinos utilizando la legislación antiterrorista.

La única manera de salir del punto muerto es mediante la acción revolucionaria. En primer lugar, la acción contra los gobiernos belicistas y criminales de guerra de Occidente, sin cuyo apoyo la masacre de Gaza no podría tener lugar; en segundo lugar, la acción revolucionaria en la región para derrocar a los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, los estados del Golfo, Jordania, Egipto, Turquía y otros que son plenamente cómplices de la opresión de los palestinos.

Por último, la liberación de los palestinos debe ir acompañada de una política que pueda dividir a la sociedad israelí en líneas de clase. Eso requeriría una política de independencia de clase, en la que los intereses de los trabajadores judíos y árabes de Israel se planteen en contraposición a los intereses de la clase capitalista israelí, y no la actual política de colaboración de clases de los dirigentes laboristas y sindicales. Lo que la clase obrera de Israel tiene que entender es que un pueblo que oprime a otro nunca podrá ser libre.

Lejos de ser un «refugio seguro» para los judíos, Israel se ha convertido en un país en guerra constante con sus vecinos. Esto se debe a que se creó expulsando violentamente a todo un pueblo, los palestinos, de su patria histórica.

Durante décadas, la clase dirigente sionista se mantuvo en el poder uniendo a toda la población judía de Israel tras de sí bajo el pretexto de que el Estado sionista garantizaba su seguridad. El ataque del 7 de octubre hizo estallar ese mito. La crisis actual abre una pequeña ventana de oportunidad para introducir una cuña en la sociedad israelí en líneas de clase, pero eso requeriría construir una fuerza revolucionaria que pueda desenmascarar tanto a Netanyahu como al ala de la clase capitalista que se le opone; una fuerza revolucionaria que se comprometa a poner fin a la opresión del pueblo palestino.

Sólo cuando se derroque a la clase dirigente sionista, se ponga fin a su proyecto y el pueblo palestino obtenga una patria propia, se resolverá este conflicto de generaciones. Para ello es necesaria una revolución en toda la región.